Que nunca se acabe la coquita light, los amigos y una buena charla

El tiempo pasa tan rápido que a veces no nos percatamos de todo lo vivido a través de los años.

Lo pensaba mientras salía del starbucks a las siete de la mañana y observaba a un grupo de amigos tomando café. Quizá estén desde las seis treinta cuando la cafetería abre. Quizá acaban de llegar pero lo cierto es que esa reunión, ese momento, me resultó melancólico y digno de una reflexión.

Era un pequeño grupo de ancianos compartiendo su mañana, su café. Se encontraban sentados afuera de la cafetería en donde hay unas cuantas mesitas que se tambalean al borde de donde la mayoría de los clientes con prisas como yo, se estacionan. Al menos fumar es permitido. Tal vez por ello ocuparon aquel lugar tan caluroso pues las temperaturas matutinas últimamente han estado en los treintas apenas amanciendo.

En medio de dicha mesa se encontraba el periódico que quizás es su medio de comunicación favorito pues la tecnología según las generaciones adultas es un tanto difícil de manejar, más sin embargo cada uno tenía un móvil a su lado.

Uno de ellos fumaba un cigarrillo, otro no paraba de hablar y el otro en la espalda tenía una especie de arnés con pesas que me causaron tremenda inquietud al verlas pues su color rojo y abultado resaltaban en la camisa blanca que aquel señor portaba y además con tanto problema que últimamente he tenido en mi joven espalda deseaba saber el objetivo que tenían aquellas pesas en él.

Pero no le pregunté y me apresuré a subirme al carro sin dejar de mirarlos con la urgencia de llegar a la escuela pues tenía una excursión con mi hijo mayor.

Con las prisas por llegar, como últimamente he vivido, derramé café dentro del auto. Desesperada buscaba toallas o servilletas para limpiar mi batidero. Necesitaba despertar. Esas mañanas con comienzos anticipados suelen ser muy torpes y el tiempo no estaba precisamente a mi favor.

Así que ahora no solo tenía que limpiar lo que había hecho y apresurarme, sino también me urgía tomar un sorbo de ese delicioso café que mi cuerpo pedía a gritos. Además aquella imagen me hacía sobre pensar.

Limpié como pude y con lo que encontré. Me recargué en el asiento y respiré antes de continuar y seguir con ese ritmo acelerado que no es el ideal para comenzar. Tomé un sorbo de café y volteé a ver por la ventanilla para recargarme de esa buena energía que irradiaban no solos ellos tres sino que y sus cafés matutinos también.

Encendí el carro y me dispuse a avanzar pensando:

ojalá y que cuando llegue a esa edad en donde la sabiduría abunda siempre tenga un amigo.

Ojalá y todo lo que engloba el café sea eterno. Pero ni la vida misma es eterna.

Busquemos rodearnos de buenos amigos que no solo nos aporten buenos momentos si no que nos apoyen con consejos y que quieran lo mejor para nosotros.

Digamos lo que pensamos con respeto y con firmeza. No dejemos que nadie nos haga sentir menos. Tengamos presente lo mucho que valemos y el lugar que merecemos.

Pero sobre todo tomémonos el tiempo para apreciar los momentos que vivimos en la cotidianidad de la vida. Seguramente quisiéramos hacer, dar o vivir más pero la falta de tiempo no nos los permite. Así que vivamos cada momento que se nos presente con ganas y actitud.

Realmente creo que todos atesoramos los momentos en los que podemos estar reunidos en familia, con ellos cualquier cosa que nos pongan de botana sabe a gloria, sabe justo a lo que necesitabas en ese momento. Sabe a que pudiste estar en otro lado pero al estar ahí con ellos todo sabe mejor.

Esa imagen de los tres amigos me conmovió y paralizó mi torpe y acorreteada mañana sumergiéndome en innumerables pensamientos.

El café, la coquita y la botanita siempre serán tus aliados cuando queramos encuentros que nos llenen el alma y sobre todo nos la alimenten.

Y sabes, después de esas reuniones no solo salimos felices, si no que también salimos recargados para continuar la vida.

Que vivan por siempre los café, los amigos y una buena coca light.

Con amor V

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